
Para que nunca se te olvide
Por Mª Carolina Pavez
La obra de Catalina Mena no es complaciente. No porque la artista sea severa sino porque pareciera tener altas expectativas del espectador. Lo invita a ser reflexivo al tiempo que lo alienta a compenetrarse en la propuesta mediante la belleza de su imagen. Pero hay que decirlo, la obra no es solícita, no le entrega al espectador certezas unívocas, papillas de sentido predigeridas. La obra se dispone abierta pero desafiante. Es polivalente al punto que de ella se desprenden tantas verdades como espectadores indagando en su propio sentido. Es por esto que debo decir que lo que dispongo en estas líneas representa una verdad posible entre tantas otras.
Sólo en la descripción general de la serie ya se explicita la tensión subyacente “machetes cuchilleros… bordados”. En la reunión entre el objeto y la operación-imagen (machete y bordado casita, flores o mariposas) convergen elementos de nuestra vida cotidiana que son totalmente incongruentes entre sí. Esta disposición me recuerda los objetos surrealistas que fotografiaba Man Ray, en especial, la plancha con tachuelas en su superficie (Cadeau, 1921). No se trata de categorizar o establecer cercanías estéticas entre ambas propuestas, sino más bien de señalar el denominador común que las conecta. El recurso para activar una multiplicidad de interpretaciones se encuentra en esta desvariada confluencia. Su objetivo: provocar un sentimiento de extrañeza dirigido a sacudir nuestra automatizada y desencantada interacción con la realidad. El ejercicio es efectivo ya que no hay ficción, son elementos, imágenes y operaciones que ciertamente están presentes en nuestra cotidianeidad, sólo se altera la habitualidad de sus vínculos. Las obras de la serie de Catalina, al igual que el Cadeau que nos ofrece Man Ray, despiertan la somnolienta capacidad de ver y pensar nuestro cotidiano.
Luego de esta conmoción inmediata me dispongo a la búsqueda del significado. Despiertos los sentidos y el pensar comienzo a ver al cuchillo como un agresor, que ya pasivo, se ha convertido en un agredido. Sí, porque esta vez ha sido él el soporte de la incisión. De instrumento sacrificial pasó a ser el cuerpo sacrificado. Ha sido perforado una y otra vez, como si se tratara de una suerte de desquite del que alguna fue vez su víctima. Pero quién es este cordero emancipado que se convierte luego en victimario. En realidad, como decía antes, es una dupla: imagen-bordado. Primero irrumpe la imagen que penetra, punto por punto, cual fantasma despechado sobre la hoja de cuchillo. Luego, vemos el bordado, que viene a rellenar a colmar de colores la imagen, como si con ello reivindicara amorosamente lo que alguna vez fue lastimado. La labor de antaño y las imágenes románticas, ingenuas hasta el punto de la infantilidad, son esta vez, aunque suene contraproducente, las firmes victimarias.
Veamos con atención cada obra. La primera es una secuencia donde la imagen prototípica de la casita es incisa en las hojas de los cuchillos. Luego, el bordado va completando, sucesivamente, parte por parte, la figura total de la casa. La idea del hogar, el anhelo inocente y obcecado muestra su trayectoria; su ímpetu es controlado y constante hasta conseguir el fin último. Cueste lo que cueste, se va incrustado cual tatuaje en la piel del que alguna vez provoco un corte. La imagen machaca mientas que el bordado, amorosa y ordenadamente, persiste.
La segunda obra de la serie sigue, en su montaje, el movimiento que realiza el machete. La secuencia de cuchillos forma una curva iniciada por el primer impulso hasta llegar a su consumación: el contacto que des-troza. La violencia del gesto se ve menguada por la incrustación de arcoíricos bordados en el acero. Ya no es la suave superficie del mantel la que alberga la imagen floral. Ella se desplaza, cambia su ruta para dirigirse hacia el que alguna vez pudo amenazar su tranquilo horizonte.
Finalmente los bordados de mariposas. Sí, esos pequeños y hermosos insectos que representan el espíritu, pero que por sobre todo, en este contexto, nos remiten a una sensación: “las mariposas en el estómago”. En la propuesta de esta obra el obsoleto romanticismo hace de las suyas. Se instala penetrante en el cuerpo del cuchillo, cual escarmiento de una ilusión despechada.
Quien diría… la ilusión tiene también sus términos incluso en su versión perversa. No hay sangre ni desgarro. Sin embargo, su revancha se instala como una cicatriz profunda pero hermosa en el que alguna vez causó una herida. Frente a los cortes que hacemos en la vida, la imagen bordada pareciera reivindicar a las románticas e inocentes voces que alguna vez fueron desplazadas. Su acción punzante, pero al mismo tiempo carente de expectativa, proclama: para que nunca se te olvide!
Arte y Artefactos de Cocina
Sonia Montecinos Aguirre , Junio 2013
Los espacios domésticos, las cocinas, los platos, entre otros han tenido desde siempre expresiones, o han sido plasmados en distintas épocas, por el arte. Bodegones, imágenes de espacios láricos donde el fuego transforma lentamente los alimentos, marmitas, entre otros se despliegan en el tiempo y conforman un imaginario que habla y configura tanto del devenir de la cocina como de sus tecnologías.
Recientemente, Catalina Mena nos ha sorprendido con una lectura distinta y poderosa de los utensilios de consumo, de las maneras de mesa, de las herramientas de la culinaria y de los espacios donde transcurre y se desarrolla tanto la cocina, como sus expresiones materiales. Lo notable de la obra de esta artista es que con las materialidades de la existencia cotidiana de la preparación de alimentos y de sus más antiguas tecnologías estructura un cosmos, un relato, restituyéndoles una densa carga simbólica y social. Los cuchillos constituyen uno de los artefactos preferidos para hilar la sintaxis que caracteriza su obra y se proponen como signos mínimos y máximos para dotar de nuevos contenidos los usos, técnicas y formas con que se emplean.
Cuchillos y machetes de las más diversas formas y procedencias industriales, son perforados para escribir palabras en ellos, palabras que aluden a los sentimientos más profundos de la existencia humana. Cuando se leen esas palabras, los estiletes pueden convertirse en puñales que hieren o matan, en violencias domésticas, en crímenes; pero al mismo tiempo las palabras los pueden mutar en emociones, afectos, goces, en los más íntimos deseos de quienes los manipulan. Sobre esas palabras, en algunas obras, Catalina Mena borda uniendo distintas materias sobre el frío metal. Desde esos bordados nacen casas, otras palabras, en definitiva una nueva vida que crece sobre las dagas. Lo doméstico así puede contener esos abrazos cálidos de las tazas de té que la artista ha cercado con bastidores o que suspende de modo fantasmagórico sobre mesas y sillas dispuestas a ser ocupadas. Al mismo tiempo, lo cotidiano del consumo y preparación de alimentos amenaza siempre en convertirse en otra cosa, ocultando los conflictos que se suspenden en la estética hogareña.
Sobre todo, cuando las sillas son construidas con los cuchillos horadados de palabras las sensaciones de lo doméstico van desde el deseo de ocuparlas, al miedo de hacerlos y, por último a la sonrisa por la femenina ironía que contienen. Catalina Mena parece querer decirnos que todo tiene un doble filo y que esos espacios y artefactos de cocina que nos parecen quietos, inocentes, inofensivos guardan historias, afectos, secretos. Las obras de esta artista, que recolecta y compra cuchillos, son un aporte a la reflexión sobre el día a día que se hace en el domus (lo doméstico) y sobre sus sentidos. Del mismo modo, es una interpelación al universo de las casas, de las cocinas, de las tecnologías de preparación y sus ideologías familiares. Cuchillos mesas, cuchillos sillas, vida enmarcada en un círculo donde el bastidor nos contiene y contiene el lenguaje oculto del consumo hogareño.